Suena el desafinado violín
Que rasga el pasado muerto
A manos de tu sombra.
Suena, y gélida me sorprende,
Cual impaciente rocío de otoño,
Que corona las corolas de cientos de amapolas,
Despóticas en tu jardín.
Desde la distancia enmudezco,
Al dolor que me provocas siendo,
A la rabia que retrata tu olvido.
Repicando se encuentra la aldaba,
Que con intensa devoción,
Airosa e inocente clamaba,
Prendernos del cierzo al albor.
Brota, germina, la vida campa,
Deshoja mi amor las amapolas,
Pues mi campo yermo se torna.
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